jueves, 23 de junio de 2011

Odio el cigarro, pero odio más prohibirlo

En este artículo no busco hacer un análisis técnico de la ley actualmente en la asamblea, sino más bien un argumento moral en contra de la prohibición en general. ¿Por qué un argumento moral? Legislación libre de moralidad es ilegítima. Moralidad descrita como el necesario respeto a los derechos fundamentales del ser humano. Lo moral y lo correcto no siempre son lo popular, y para pararse firmemente en principios uno debe a veces ir en contra de la corriente y saber defender sus posiciones aunque una mayoría esté en desacuerdo.

Deberíamos vivir en una sociedad donde seamos libres de hacer todo aquello que escojamos hacer voluntariamente, limitados solamente por el derecho ajeno. Pero la concepción de la sociedad actual es la opuesta. En realidad, somos libres de hacer solo aquellos que el legislador nos permite hacer. Dentro de esta concepción de nuestras libertades en la sociedad es que se considera posible prohibir cualquier comportamiento que algún u otro “experto” decida que es “inconveniente” para la sociedad. Les pregunto, ¿ustedes creen que nuestros diputados, en la realidad de quienes son, tienen la solvencia moral y el criterio objetivo como para pretender estructurar nuestras vidas y decisiones personales según ellos crean conveniente? Pues yo no.

En el caso del cigarro. Yo fui fumador. Deje de fumar de un día a otro. Es mentira aquellos que dicen que fuman porque les gusta y el día que quieran dejan de fumar. Dejar de fumar es difícil. El cigarro es de las cosas más dañinas para el cuerpo humano, y no solo para aquel fumando, sino también para aquellos alrededor del fumador. Pero el problema es complejo, y se debe de analizar desde varios ángulos.

A nivel puramente individual, mi vida y mi ser son enteramente mi propiedad. Si yo decido libremente ingerir una sustancia que conozco es dañina para mi cuerpo, esa es ya mi decisión. Si un estado tienen control por sobre lo que yo hago puramente con mi persona, eso significa que en práctica tal estado ha adquirido propiedad sobre mi ser. Es decir, me vuelvo esclavo a las decisiones que otros tomen sobre mi cuerpo. Por esto, a nivel personal, una prohibición del cigarro es tanto inmoral como ilegítima, pues violenta mis más fundamentales derechos a mi vida y a la propiedad sobre mi ser físico.

Pero el efecto de fumar no es puramente individual, pues el humo del cigarro que yo fumo impacta perjudicialmente sobre el ser físico de otros individuos. En cierta forma estoy violando yo los derechos de propiedad individual de la otra persona. La pregunta es la siguiente, ¿tal persona se está sometiendo a tal daño voluntariamente, o estoy yo imponiendo tales repercusiones en contra de la voluntad de este segundo? Esta es la pregunta fundamental que hay que responder, pues mi limitante a actuar no debería ser el criterio de algunos que se creen elevados por estar en el poder, sino el derecho ajeno.

Considerémoslo de la siguiente forma. Si yo llego a tu casa, es decir entro a tu propiedad, me debo regir por ciertas normas que tú decides se deben cumplir dentro de tu casa. Si tú decides que en tu casa no se fuma, pues yo debo respetar tales deseos, y si rehúso respetarlos, tienes todo el derecho de echarme de tu casa. Al yo entrar a tu propiedad, hay un acuerdo implícito a regirme bajo las condiciones y normas de comportamiento que tu escojas. Igual en el caso que tú visitaras mi casa, si yo decido fumar en mi casa, pues estoy en todo derecho de hacerlo, aunque a ti te disguste, pero las normas implícitas establecen que el invitado cumple los requerimientos que el propietario establece. De estar en desacuerdo con tales requerimientos, pues simplemente no llego a tu casa, o tú no a la mía. Simple decisión. En este caso la situación es bien clara, pues los derechos de propiedad sobre nuestros hogares están bien establecidos. Si tu salud, y por ende tu ser físicos, se ven perjudicados por el humo del cigarro que yo estoy fumando en mi casa, tu estas en toda libertad de irte, y si decides quedarte, te estás sometiendo al daño voluntariamente. El estado no tiene ningún derecho de intervenir en las decisiones en las cuales dos o más individuos han llegado voluntariamente.

Es exactamente el mismo caso con establecimientos comerciales. El dueño de tal propiedad establece las normas de comportamiento que deben respetarse al encontrarse dentro de tal propiedad. Como estoy yo en total libertad de no entrar a tal establecimiento si no lo deseo, al decidir entrar estoy entrando en un acuerdo implícito de regirme bajos sus condiciones y por lo tanto sometiéndome voluntariamente a tales condiciones. Si el dueño de una discoteca o un bar decide que en su establecimiento si se puede fumar, yo tengo dos opciones, o me someto voluntariamente a sus condiciones, o simplemente no entro a ese establecimiento. De igual forma tal dueño puede decidir que en su establecimiento no se puede fumar, y por lo tanto al entrar no lo puedo hacer. Si el estado tiene el poder de decidir en cuales establecimientos privados se puede o no se puede fumar, entonces tales establecimientos dejan de ser privados, pues el poder de decisión ya no es del propietario original, si no del estado, quien se vuelve propietario de facto. Repito, una violación de los derechos fundamentales del ser humano.

La armonía social se logra a través del respeto mutuo de los deseos de los individuos en la sociedad por sobre aquello que es competencia de cada uno, su propiedad, específicamente empezando por su vida y su ser físico. De las relaciones entre seres humanos, nuestro deseos de convivir pacíficamente, surgen normas sociales que no son impuestas por ningún estado, si no que se ejercen por la presión social resultado de nuestra propia interdependencia. Cuando los elevadísimos “ingenieros sociales” imponen prohibiciones desde sus curules, destruyen el tejido de obligaciones sociales. La obligación de cada individuo deja de ser el respeto a su prójimo y se vuelve una relación de sumisión ante el estado. El estado no es omnipotente y no puede hacer cumplir todas sus prohibiciones sin convertirse en un estado totalitario con policías en cada esquina e informantes en cada casa. Cuando, por el contrario, el tejido social es fortalecido, el individuo sí se siente obligado a respetar los deseos de su comunidad para poder vivir en armonía.

Cometer una injusticia con el propósito de reivindicar otra no logra más que multiplicar la injusticia. Las prohibiciones son las respuestas fáciles a problemas sociales complejos. Actualmente los derechos de no fumadores si se ven afectados cuando no tienen opción más que a someterse al humo de fumadores, pero la solución, y la reivindicación de esos derechos, no se encuentra en violar los derechos de aquellos que si deciden fumar. El estado, por pretender solucionar sus problemas con soluciones fáciles, solo termina creando mayores problemas. Lo que necesitamos es un sistema de libertad en el cual se respeten por parejo los derechos individuales y en el cual la sociedad se rija absolutamente por las decisiones voluntarias entre individuos y la convivencia respetuosa en comunidad.

1 comentario:

Kolia Fobiano dijo...

Hacemos lo que hacemos ya sea por buscar una recompensa o por temor a una reprimenda, siempre necesitando cada vez más curitas en lugar de hacer una profunda cirugía a nuestra sociedad, que tan enferma que esta.
En un diccionario que a veces consulto definen la moral de la siguiente manera:

Moral, adj. Conforme a una norma de derecho local y mudable. Cómodo.

Dícese que existe en el Este una cadena de montañas y que a un lado de ella ciertas conductas son inmorales, pero que del otro lado son tenidas en alta estima; esto resulta muy ventajoso para el montañés, porque puede bajar ora de un lado, ora del otro, y hacer lo que le plazca, sin ofensa.

("Meditaciones de Gooke")

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